05 Abr Dormir poco o mal engorda a nuestros hijos, por Aitor Sánchez y Educar es Todo
Hay una razón científica por la que la falta de sueño está relacionada con el sobrepeso. Cuando se está privado de sueño, los niveles de las hormonas encargadas de regular el apetito y la saciedad no funcionan correctamente. El resultado es un aumento del hambre.
Según el estudio ‘Pasos’ de la Fundación Gasol, un 40,9% de los niños y adolescentes no cumplen las recomendaciones de sueño entre semana. Esta cifra llega al 48% los fines de semana.
Dormir poco y mal tiene algunas consecuencias negativas, obviamente. La Sociedad Española del Sueño (SES) indica que las más comunes son déficit de atención, problemas de memoria y de concentración. Otras consecuencias serán impulsividad conductual, razonamientos ilógicos y toma de decisiones inadecuadas. A esto hay que sumarle mayor probabilidad de padecer sobrepeso u obesidad.
La relación del descanso con la obesidad
«Dormir poco predispone a la ganancia de peso. Y esto es debido a que la falta de sueño altera la regulación de la grelina y la leptina. Son las hormonas que regulan el hambre y la saciedad. Sin embargo, cuando dormimos lo suficiente, estas hormonas están en equilibrio», nos dice el nutricionista Aitor Sánchez, autor del libro ‘Qué le doy de comer’. La mala regulación de estas hormonas lleva a nuestros hijos a comer más y alimentos menos saludables.
Pero hay más razones, más allá de las hormonales, por las que el hecho de que nuestros hijos duerman mal o poco aumente sus probabilidades de padecer sobrepeso u obesidad. Cuando dormimos poco o no descansamos bien, al día siguiente tendemos a tener un menor gasto energético. Aitor comenta que, «no solo porque estemos más cansados y realicemos menos actividad física de forma voluntaria, sino que el cuerpo, al notarse menos enérgico, tiende a hacer menos ejercicio también de manera involuntaria». Aunque no lo percibamos, el cuerpo reduce la actividad.
“Además, al estar cansados, también estamos más perezosos, y al tomar decisiones que impliquen un gasto energético, vamos a optar por la decisión que menos esfuerzo lleve», concreta Aitor. Podemos decir que, si nuestro hijo no descansa bien o no duerme lo suficiente, no va a empezar con las pilas cargadas, y, nos dice Aitor, “se va a mantener en modo ahorro todo el día”.
Los malos hábitos que se contagian
Cuando tenemos un mal hábito, como es el de no descansar bien, es probable que se transfiera a otros hábitos. “Niños que no tienen el hábito de descansar, es difícil que tengan un buen hábito de estudio y de práctica de deporte. Es un círculo vicioso”, recuerda Aitor.
¿Hay algún alimento que sea bueno si hemos dormido mal?
“No hay alimentos que nos ayuden a recuperar un mal sueño”, nos recuerda Aitor. Por tanto, un mal descanso no se puede compensar con una buena alimentación o consumiendo bebidas excitantes como el café. “No es que consumir café sea malo, pero el problema es cuando entramos en un círculo vicioso en el que siempre necesitamos recurrir a esta taza de café”. En este sentido, Aitor nos alerta del aumento del consumo de bebidas energéticas por parte de los adolescentes. «Hay muchos adolescentes que consumen este tipo de bebidas para estudiar, para ir al gimnasio o por placer. Y no son para nada saludables». La mejor forma de que nuestros hijos empiecen el día con las pilas cargadas es durmiendo las horas recomendadas.
Cuánto debe dormir un niño según su edad
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los lactantes menores de tres meses de edad deben dormir entre 14 y 17 horas al día; los de cuatro a once meses, de 12 a 16 horas. Los niños de uno a dos años deben dormir entre 11 y 14 horas. En la etapa preescolar (tres, cuatro y cinco años), entre 10 y 13 horas diarias. 11 horas diarias los niños de entre 6 y 11 años. Y los adolescentes un mínimo de 8 horas, aunque lo ideal son 10.
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